El tipo es feucho, más vale medio deforme. A pesar de ser de baja estatura, parece como si lo hubiesen estirado de chiquito, de modo que su rostro es anormalmente largo, su frente deprimida, sus hombros estrechos, y su nariz algo más que prominente. En fin, el tipo no se levanta ni a la mañana.
Pero es inteligente. No llega a ser brillante, pero tiene ese tesón y ese apego a la rutina que muchas veces suplanta al genio.
Largos años de soledad (las minas no lo tocan ni con la sombra, y los tipos le escapan como a un bicho raro) lo fueron haciendo seco y amargo. El resentimiento se le hizo tan natural que no pasó un sólo día, en los últimos veinte años, en que no se ejercitara en el arte del rencor.
El tipo, a fuerza de persistencia y tiempo, llega a un descubrimiento que finalmente pondrá a la muchedumbre en su sitio, y a el en el suyo. Mientras imagina los titulares de los diarios ("Científico Argentino descubre la cura para el Cancer"), imagina uno a uno los rostros que la soledad grabó en su mente rebosantes de admiración y gratitud.
No es de los que se dejan llevar por el entusiasmo: antes de hacerlo público hará todas las pruebas necesarias para evitar molestos cuestionamientos. Finalmente el mundo se pondrá de rodillas frente a el. Planea todo obsesivamente: las fechas, las palabras, los discursos, los pequeños gestos de venganza. Su salto a la luz debe ser perfecto.
No piensa en riquezas ni en mujeres. Sólo piensa en poner al mundo en su lugar y demostrar, final y definitivamente, que EL, tantas veces dejado de lado por gente vulgar, era superior a todos.
Llega el día en que hará su anuncio y llamará a la conferencia de prensa. Tiene todo preparado. Ya ha vivido esta situación en su mente cientos de veces...
Pero a último momento piensa que, tal vez, todo eso no lo satisfaga. Se vengará, pero al hacerlo beneficiará a millones de seres que lo despreciaron durante años, salvará a jovencitas altaneras que jamás lo mirarían, a muchachos saludables y atléticos y abusadores, a las señoras que lo miraban con desconfianza por su aspecto; tal vez incluso salvaría a sus padres, que siempre se avergonzaron de el...
Con esa abnegación que llega hasta el sacrificio, hace una suprema ofrenda a su rencor, renunciando para siempre a la fama y a la riqueza. Y vive el tiempo que le resta como siempre, completamente solo, pero con la íntima convicción de haberse vengado con creces de una humanidad a la que odia con devoción.
Por fin.
Fin.