martes, 31 de mayo de 2011

No, no soy Pablo Echarri

El jueves por la noche tuve otra pelea salvaje con mi mujer y desde entonces no nos vemos.

El sábado me llamó. No, no me extrañaba ni estaba arrepentida: no le andaba la computadora.

El lunes la llamé para que nos juntáramos a hablar, porque ese día la empleada se queda a dormir y podíamos tener más tiempo. Luego de unas pocas evasivas, me dijo que mejor habláramos el martes, porque los lunes, a las once de la noche, dan su novela...

La concepción tradicional divide a las artes en mayores y menores, así como divide a los artistas de los artesanos. Por eso los museos clásicos están llenos de pinturas al óleo y esculturas en mármol, y no de  cómics, hebillas de cinturón talladas y ponchos tejidos a mano. Por eso los grandes teatros líricos no incluyen a Justin Bieber en sus repertorios.

En las últimas décadas esta concepción se ha ido modificando, y hoy no sólo se ha desdibujado la división entre artes mayores y menores, sino que hasta resulta difícil definir qué cosa es arte y qué cosa no lo es.

Ignoro qué novela dan en la televisión los lunes a las once, ignoro por lo tanto la calidad actoral de sus protagonistas, la profundidad de la trama y la dimensión psicológica de sus personajes. Tal vez sea la máxima expresión del arte de este siglo que apenas comienza, tal vez se la cite durante generaciones como el ejemplo más acabado del genio humano y se la mencione, obligadamente, entre las obras capitales de la humanidad. Y tal vez no.

Crear arte es tan importante como consumirlo, y no quisiera ser la doncella molesta que distrae a Miguel Angel con sus reproches mientras él trata de terminar los frescos de la capilla Sixtina. 

Es por eso que la entiendo y espero, paciente y con mi autoestima intacta, a que un hueco en la programación nos permita definir temas domésticos menores, como por ejemplo, si vamos a seguir juntos o no.

viernes, 27 de mayo de 2011

Laberinto Pampeano

Uno camina por el campo.
Hay unos días en otoño en que las tardes son maravillosas.
La pampa, con su paisaje austero, es un lugar propicio para encontrarse con uno mismo y para fijar la atención en los pequeños detalles. En esa tierra rasa, cualquier detalle adquiere la relevancia de un Everest.


A lo lejos se divisa un bosquecillo. Unos cuantos árboles tal vez plantados por la mano del hombre para evitar la erosión del viento. Hacia ahí, involuntariamente, se dirigen mis pasos.
Unos arbustos secos ocupan el espacio entre árbol y árbol. El suelo, cubierto de hojas de todos los matices entre el verde y el amarillo, ocupa mi atención. El crujir de las hojas es el único sonido en el universo.
A medida que me adentro en el bosquecillo, éste se hace más denso. La pampa desaparece y el mundo es ese bosque desprovisto de pájaros.


Mis brazos rozan las ramas secas de los arbustos, que ceden suavemente a la menor presión. Ese pequeño bosque, que ahora es el mundo y se hace más denso a cada paso, pareciera guardar algún secreto. La tarde empieza a transformarse en noche, las ramas que me acariciaban comienzan a aprisionarme. Sé que jamás saldré de ese bosque.

jueves, 26 de mayo de 2011

El mundo como hecho estético

El Hombre tiene hambre de belleza.
Siempre.
Aunque no lo sepa y aunque no lo parezca.
Aunque lo que para unos resulta bello, resulte abominable para otros.

El contorno de una mejilla, el color de una piel, el movimiento de una cabellera, el timbre de una voz, la suavidad de un vientre; todos tenemos una concepción sobre lo bello, y eso es lo que buscamos obstinadamente. Porque lo que llamamos belleza es una manifestación externa que nos sugiere una cualidad interna. Porque la belleza es el modo que tiene la vida de decirnos que algo es bueno.

Quien no lo tiene en su cuerpo o en sus gestos, lo tiene en su obra o en sus posesiones. Es por eso, y no por otra cosa, que resulta tan atractivo un joven atleta como un viudo acaudalado o un artista de talento. Los músculos abdominales marcados de un modelo de ropa interior son equivalentes en belleza a las líneas de un porsche o una ferrari, y nos transmiten la misma sensación de potencia y vitalidad. La expresión de virtud que nos sugiere el rubor de una mejilla es equivalente al candor que nos expresan un poema o una pintura bien lograda.

Es por eso que me duelen expresiones como "botinera" o "viejo verde". Todos, de un modo u otro, somos sólo buscadores de belleza.


martes, 24 de mayo de 2011

Ford farsante

No. Ese es Fort.

Me refiero a Henry Ford.

Se nos enseña que en su fábrica de automóviles creó la primera línea de montaje, lo que le permitió hacer dos cosas: cumplir (o casi) el sueño de poner un Ford T en cada hogar, y avanzar un  paso de gigante en la alienación del hombre moderno.

Yo tuve la oportunidad de visitar alguna línea de montaje, y debo decir que la maravilla que despierta ver semejante sincronización y productividad, va de la mano con una pregunta que se me ocurre inevitable: ¿cómo puede alguien repetir la misma acción mecánica hora tras hora durante años, rodeado de cronómetros y expertos en tiempos y procesos, sin sentirse absolutamente abrumado?

Y es que cada cosa que se consigue tiene un costo, aunque muchas veces ese costo no sea tan evidente.

Cuando la sirena de la fábrica anuncia el fin de la jornada, los más jóvenes marchan al after-hour, munidos de sus gadgets y los menos jóvenes (ya no hay viejos) marchan a su hogar a ver a Fort (si, ese) en sus pantallas de televisión. Y todos quedan atascados en el tráfico. 

Pero como dije, Ford era un farsante, ya que la primera cadena de montaje, la maquinaria industrial más desarrollada y perfeccionada durante millones de años es, simplemente, la división celular. Ese mecanismo que nos permite, desde siempre, fabricar gente. Gente que apenas echada a rodar será incluida en categorías como "Mercado Interno", "Mano de obra calificada", "Mujeres ABC 1-18 a 35", "Grupo de riesgo", "Clientes potenciales", "Mercado cautivo", "Nuevos votantes", "Indecisos", etc.

Los secuaces de Ford siguen soñando con poner un auto en cada garage, un celular en cada mano y un plasma en cada ambiente. Y nosotros, mientras dormimos, seguimos soñando con lo mismo.

Dios no lo permita!

miércoles, 18 de mayo de 2011

Carta a Frankestonta

Desde mi derecha, a menos de medio metro de distancia, tu rostro me mira sin transmitirme el menor indicio de vida interior. No necesito verlo para sentirlo. Tu rostro, que un día emergió del mar de rostros casi por casualidad, para formar parte de mi vida.

Nuestra mente sólo puede manejar la realidad por medio de operaciones sencillas de abstracción y generalización: un día la vida pone a un tipo en la oficina de al lado, o a una mina en tu cama. Los saca del montón y el tiempo y el trato los va revistiendo de otras cosas, tal vez calor, tal vez aroma, tal vez dulzura, tal vez rencor.

Nosotros luego, mecánicamente, vamos haciendo la operación inversa: proyectamos esos rasgos al montón. Por eso una persona cálida en nuestra vida no sólo mejora nuestros días, sino que también mejora al resto de la humanidad, esa idea de humanidad que llevamos dentro.

Por eso también una persona fría y chata, una persona cobarde y mezquina, tiñe nuestro mundo con su mezquindad y lo enfría irremediablemente. Y es por eso que me permito odiarte, porque aunque se que no es tu culpa, también se que nunca es culpa de nadie: la misma historia que no justifica al genocida, tampoco justifica al imbécil.

Porque como la hierba mala que no deja crecer las flores, tu voz es un sonido frío, gutural y constante que obstinadamente me toma de la nuca y me hunde el rostro en el barro. 

Hay quién brilla desde la mente, y hay quién brilla desde el corazón, pero también hay gente sin ningún brillo, que no lo tiene ni nunca lo tendrá. Uno puede no tener ningún talento, pero no puede no tener ninguna pasión. Ese es tu pecado y por eso, aunque sea injusto, te odio. 

Otros, tal vez incluso vos, me odiarán a mi. 
No te deseo mejor suerte.

jueves, 12 de mayo de 2011

De arte y motores

Alguna vez le escuché a Serrat comentar que había empezado a hacer música para conseguir mujeres. Lo dijo mezclando la verdad con la ironía, pero yo le creí.

Hoy, no se por qué, me encontré pensando que no hay tangos dedicados a los hijos. Es más, no recuerdo ningún tango que aunque sea los mencione. Luego pensé que, en general, no conozco más que unas pocas canciones de cualquier estilo dedicadas a los hijos, o que al menos los mencionen. Los temas del arte son, más o menos, siempre los mismos. Y son otros.

Supongo que el tema más recurrente es el amor, o más bien el amor romántico o de pareja. ¿Por qué la gente le canta primordialmente a ese amor? Un psicólogo tal vez nos hablaría de la sublimación de la libido en su sentido más clásico de energía sexual. 

Ahora pienso en otra disciplina muy relacionada con la música: el baile; y pienso que la inmensa mayoría de los bailes son de pareja. Y pienso entonces en una representación estilizada de los rituales de cortejo (lo de estilizada no aplica en el caso de la cumbia y el reguetón).

Y pienso que la mayoría de las historias de amor que nos regala el arte, corresponden a esa etapa del amor que comprende el enamoramiento. Parece que un amor consolidado nos inspira menos que una pasión o un amor frustrado o no correspondido.

Ya pensé mucho por hoy, otro día sigo.

lunes, 9 de mayo de 2011

Psico vs Socio


Si uno quisiera explicar y llegar a anticipar el comportamiento de una molécula particular de agua, digamos, de una bahía, debería considerar una cantidad de factores que necesariamente excederían nuestra capacidad. La interacción con otras moléculas de agua, las sales disueltas, la materia orgánica, la arena, las corrientes, la temperatura y presión, y miles de variables que hacen este estudio virtualmente imposible.

Es mucho más fácil estudiar la marea.


sábado, 7 de mayo de 2011

miércoles, 4 de mayo de 2011

Los nombres y las cosas

Que hoy sea miércoles, que sean las once y pico, que estemos en mayo, que el año sea 2011, que el lugar desde donde escribo esto se llame Buenos Aires; todo eso responde a nuestra necesidad de ponerle nombre a las cosas.

Los nombres sirven, inicialmente, para comunicarse. ¿Cómo podríamos encontrarnos a tomar un café, sin mencionar un día, una hora y un lugar?

Pero como toda cosa creada, enseguida toma vida propia y se aleja -a veces dramáticamente- de los designios de su creador.

Entonces, mientras vivimos, los nombres se nos van recubriendo de connotaciones, y adquieren brillos o pestilencias que lo modifican todo.

Nosotros, sin advertirlo, nos dedicamos a recitar preferencias y repulsiones. "Me gustan los nombres Julia y Patricia", "Cecilia es un nombre horrible", "Mi color favorito es el violeta", "Soy de Boca", "No soporto a los pelirrojos", y una serie interminable que, según creemos, nos define.

Y en efecto lo hace, aunque haríamos bien en preguntarnos por qué. 

¿Que, encima queres que te lo diga?