Uno suele creer que alegría y tristeza son opuestos, pero muchas veces no es así. El opuesto natural de la alegría no es la tristeza, sino el enojo y la frustración.
Me explico: cuando un bebé quiere la teta y se la dan, siente alegría. Cuando no la consigue, no siente tristeza sino enojo (a muchos adultos les pasa lo mismo). En esa etapa de nuestra vida, tanto el origen de la alegría como el de la frustración están en el afuera.
Se supone que, con el tiempo y la experiencia, uno puede entender que la infelicidad no es necesariamente culpa del otro, y entonces puede permitirse la tristeza. La tristeza tiene la desventaja de tener que aprenderse, mientras que el enojo es innato.
Por supuesto, muchos de nosotros preferimos el enojo a la tristeza, porque el enojo nos permite echarle la culpa a alguien, nos quita responsabilidad y nos regala un responsable "de carne y hueso" contra quien dirigir nuestra frustración. Es necesaria la aceptación para dar lugar a la tristeza.
Esa satisfacción infantil tiene un costo: mientras el responsable de nuestra felicidad este afuera, nunca se nos va a ocurrir buscarlo dentro.
Es lo más común que el chico que da mal un examen se enoje con la profesora, que el empleado descontento se enoje con su jefe, que la esposa infeliz se enoje con su marido.
Por eso supongo que en el camino hacia la felicidad, el primer paso es aceptar la tristeza, lo cual no deja de sonar pelotudo. Pero yo qué se!
pero, todavia enojado? calma, calma...
ResponderEliminarUn beso.
Hay que saber convivir con la tristeza, es parte de la vida. UY! me puse seria :(
ResponderEliminarBesote y que el enojo tenga fin cheee
¿Qué te pasha Clarín?
Pero yo qué se!
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