martes, 4 de agosto de 2009

eh?


Los pipinotos, una pequeña tribu que habita en lo más recóndito de la selva de Borneo, tiene una extraña costumbre: cuando un niño cumple los 8 años lo someten a un ritual de iniciación a partir del cual pasa a ser considerado adulto. A partir de ese mismo momento puede casarse, cazar, participar en la guerra y formar parte del ritual más caprichoso del que se tenga noticia.

Hay en el centro de la aldea un palo clavado en la tierra. Es creencia de los pipinotos que alguien debe tocar SIEMPRE ese palo, ya que en caso contrario sobrevendría el final del universo; entonces todos los varones considerados adultos se turnan para tocar el palo en parejas. Alcanzaría con que uno sólo lo tocara, pero una tarea tan importante merece una pequeña redundancia para evitar que un imprevisto acabe con todo lo conocido.

De nada ha servido que las tribus vecinas y más de un pipinoto disidente les haya explicado hasta el hartazgo la inutilidad de tal empresa. Tal vez por convicción, tal vez por capricho, ellos continúan con tan descabellada labor.

En una oportunidad una pareja de “ateos” esperó durante meses hasta que les tocara compartir el turno para abandonar su puesto y convocar a toda la aldea para que se convencieran de la inutilidad del ritual. Pensaban que dicha prueba, incontrovertible, acabaría con la bárbara costumbre. Nada más alejado de la realidad: ambos fueron cocinados por herejes y la costumbre cobró más fuerza que antes.

Con el tiempo, los herejes fueron tomando el estatus de santos entre los miembros de la tribu, que ven el episodio como una prueba a su fe, la cual superaron airosamente. A partir de ese momento, ya no consideran estrictamente necesario tocar el palo, sino que sostienen que la intención alcanza; y frases como “yo lo tocaría pero no tengo tiempo” o “justo cuando lo iba a tocar me empezó a doler la panza” funcionan como una “tocada” virtual.

Cuando alguien cuestiona sus creencias, los pipinotos responden “hay que creer en algo”, o “si no crees en nada todo es una mierda”, o “es una cuestión de fe” mientras te miran con aire de superioridad, como si ellos supieran algo que nosotros no sabemos.

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