Borges dedicó bastantes páginas a jugar con el concepto de biblioteca, mezclado con otros dos temas recurrentes en su obra: el laberinto y el infinito. Jugó con la idea de una biblioteca que contendría todas las obras posibles en cualquier idioma. Yo me detendría en una clase particular de libro: me refiero a aquellos cuyo tema ES el libro. Podrían ser libros de literatura, de crítica literaria o incluso catálogos de supuestas bibliotecas.
Un hipotético documental que contara la historia del documentalismo, ¿debería incluir información sobre sí mismo?
Ahora bien, si toda la literatura fuera virando lentamente hasta dedicarse casi exclusivamente a escribir sobre sí misma, ¿seguiría siendo literatura? En los últimos tiempos hemos asistido a un proceso equivalente en dos áreas que, lamentablemente, tienen cada vez más puntos en común: la política y la televisión.
La televisión se ha ido volviendo cada vez más autoreferente, vaciándose de contenido y expulsando lentamente toda temática, para ir dedicándose cada vez más a mirarse en el espejo, como una nena boba.
Antes, un actor filmaba una película que lo hacía famoso y luego, eventualmente, aparecía en los programas cholulos mostrando su vida privada. Ahora, la farándula trucha se hace famosa por cualquier escandalete (usualmente peleas o romances -reales o inventados) y pasa automáticamente a integrar la troupe de fenómenos de circo que llena horas de programación hablando de sí mismos. Cero producción y fama instantánea.
Esa televisión más boba y decadente que nunca, lleva enanos, travestis, perros amaestrados o mujeres desnudas para alimentar un moderno circo romano que no duda en triturar a gente que hace cola para dejarse triturar en cámara, y agradece la posibilidad.
Al menos en la antigüedad las víctimas de la muchedumbre no tenían elección, eran esclavos o prisioneros de guerra. Hoy el público de las gradas sueña con tener su lugar en la arena, sólo para aparecer en esa televisión, que de alguna forma nos refleja a todos.
Algo similar ha ido sucediendo en la política, de modo tal que lo que alguna vez fue el objetivo primario (alcanzar el gobierno), indispensable para poder aplicar las propias ideas; ha quedado como objetivo exclusivo.
El ritmo de la democracia moderna se ajusta perfectamente a los tiempos de una burocracia política que sólo se mira el ombligo (y la billetera): puja interna, candidatura, puja electoral, alianzas con las demás fuerzas... y de nuevo puja interna, candidatura, etc.
Es difícil aceptarlo, pero de algún modo esta forma de hacer política también nos representa a todos.
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