El nene se sube al autito mientras la mamá pone la ficha en la ranura. El pibito es toda expectación, la emoción y la alegría lo inundan y en su cuerpito no cabe nada más. La música comienza y el autito empieza a bambolearse. La sonrisa no le cabe en la cara. Mira alrededor y empieza a tocar los botoncitos y la bocina. Quién sabe qué cosas le pasan por la mente!
De repente -siempre es de repente- la música para y el autito se detiene; el silencio y la quietud que se instalan resultan instantáneamente insoportables. No es sólo la ausencia de la música, es un silencio devastador. La carita del nene es toda decepción y sorpresa. De todo su ser sólo emana una gran pregunta: POR QUÉ?
Nosotros podemos (¿podemos?) entender que para nosotros la música también se detendrá, podemos (¿podemos?) razonarlo; pero cuando finalmente pasa no nos encuentra más preparados que el nene cuando se acaba la ficha.
Si para las cosas más importantes seguimos teniendo siempre 3 años, no deberíamos tomarnos tan en serio.
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