Pocas veces me toca toparme con gente que aplica su poder arbitrariamente y sin la menor justificación. Cuando me pasa, siento algo muy concreto, pero que me cuesta explicar.
Uno, que sólo tiene palabras, argumentos y apelaciones al sentido común, la lógica e incluso a la ética; queda instantáneamente desarmado antes de poder esgrimir el primer argumento.
Imagino qué sentirá el pez más bravo cuando, de repente, se encuentra en la cubierta de un barco tirando dentelladas al vacío. En el agua, un golpe de su cola lo impulsaría como una flecha, pero en cubierta sus posibilidades se limitan a cero.
El poder absoluto del otro nos vuelve mudos, y nos transforma en objetos.
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