miércoles, 10 de marzo de 2010

La hormiga y la cigarra

El trabajo suele ser entendido como una carga, como una obligación que nos impone el mundo, de puro imperfecto. Normalmente la gente odia el lugar en que trabaja, o en el mejor de los casos le resulta indiferente.

Conozco gente, la mayoría, que nunca habla de su trabajo. Puede hablar durante horas de cualquier tontería a la que dedica media hora a la semana, pero pasa un año sin mencionar nada sobre su trabajo, en el cual pasa 40 horas semanales.

No hace falta ser cantante pop ni investigador de la nasa para sentir que el trabajo es importante, al menos para uno; y si alguien detecta a una persona que encuentra alguna satisfacción en el trabajo (sin ser cantante pop ni investigador de la nasa), lo tacha automáticamente de anormal.

Cuando realidades como esta son las habituales y nadie se las cuestiona, no puedo dejar de preguntarme: ¿cómo llegamos a esto?

3 comentarios:

  1. Algo subyace en tu relato que me hace ruido. ¿Cómo llegamos a qué? ¿A no encontrar satisfacción en el trabajo? Creo que es fácil responder:
    1º) Tener trabajo es difícil.
    2º) Tener un trabajo mínimamente bien remunerado, es extremadamente raro.
    3º) Tener un trabajo que, además, permita visualizar un horizonte de crecimiento económico y espiritual, es un milagro.
    De todos modos, el trabajo es sólo un medio, no un fin en sí mismo, salvo claro, que seas un cantante pop o investigador de la nasa.

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  2. Agustin, me encantó tu comentario y lo que decis es cierto.

    El trabajo suele ser un medio de vida, sólo eso. Sin embargo, creo que para mucha gente, es un período de su día en el que se transforman en otra persona, como si dejaran todo lo que les importa en la puerta y volvieran a vivir cuando salen del laburo.

    Dice María Bethania: "para ser grande, se entero, pon todo lo que eres en cada cosa que hagas..."

    Se que no me explico del todo, pero estoy en el laburo y a esta hora tengo la cabeza quemada.

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  3. Yo considero unos privilegiados a quienes ya de chicos saben a que se van a dedicar cuando sean grandes. Ahorran tiempo, les acorta el camino y no se cansan nunca ya que se dedican a lo que les gusta. Pero, claro, son los menos.

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