El olor de tu orina molesta a mi olfato,
pero no genera en mi un efecto diurético,
ni me transforma en albañil de cercas.
Las hormonas que tiran de tus cabellos,
y te mantienen tan atareado,
de palo en palo y de piedra en piedra,
sólo te atan y te ciegan.
Las anchas caderas de la señora alfalfa,
marcando un ritmo casi marcial,
me inspiran más hilaridad que lujuria.
Con los brazos cruzados detrás de mi cabeza,
contemplo el cielo y las estrellas.
Si existe una constelación de nombre alfalfa,
la verdad, yo no la veo.
jueves, 18 de marzo de 2010
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