En esta época del año, los días comienzan a hacerse más agradables, sin llegar aún a ese calor agobiante que te pega la ropa al cuerpo. Es por eso que, de tarde en tarde, suelo salir a caminar por la ciudad sin rumbo fijo.
Hace pocos días, mis pies y mi abstracción me llevaron inadvertidamente a una calle que no conocía, una calle muy agradable y tranquila. Algo que no podría precisar me rescató de mi abstracción y me encontré parado a pocos metros de un edificio con un cartel en la puerta que decía "O S D", con la misma tipografía y colores que los carteles de osde. Se les habrá caído la "E", pensé.
En ese momento pasó a mi lado una mujer increíblemente hermosa que literalmente perfumaba el aire a su paso. Maquinalmente la seguí al interior del edificio.
Era una amplia sala de espera. La mujer caminó muy segura hasta el mostrador, intercambió unas palabras que no pude escuchar con la empleada y desapareció por un corredor. A mi derecha, un hombre de anchos hombros parcialmente cubiertos por una especie de túnica, tenía esa mirada de aquellos acostumbrados a mandar. Tendría unos cuarenta o cincuenta años, el cabello y la barba blancas y parecía fuerte como un toro. Al principio no lo noté, pero en la mano tenía... un rayo.
Me quedé mirándolo como un idiota. Al rato pude mirar a mi alrededor. Sólo estábamos la empleada, el del rayo y yo. Sin saber qué hacer, y empezando a sentirme incómodo, decidí sentarme cerca de la puerta.
Por el pasillo, se acercaron dos hombres. Uno era claramente un médico, el otro, más bien bajito y rollizo, tenía toda la apariencia de un monje budista. Al llegar a la puerta se despidieron y el gordito caminó dos pasos, se volvió hacia el doctor y le dijo, visiblemente molesto:
- "¿Y los ravioles del domingo?"
-"Nada de pastas, Maestro" respondió el otro, mientras desaparecía por el pasillo.
En ese momento pasó junto a mi un viejito, y extremadamente ágil para su edad en un segundo estuvo junto al mostrador.
- "Tengo turno para las cuatro"
- "Su nombre?" respondió la empleada
- "Dios"
- "Qué Dios?" preguntó la empleada sin levantar la vista de unos papeles
- "El único"
El del rayo bufó al otro lado de la sala y juraría que de uno de sus dedos saltó una chispa.
-"Sientese y espere a que lo llamen"
Ay! que linda historia, hasta Dios tiene que esperar aca, y sí! se perdio el respeto... y Él, humilde, espera su turno.
ResponderEliminarDios! epa! que temas qué estamos tocando, se le apareció Dios el mismo? el mismo Dios? que viste y calza?
ResponderEliminarLo que hace el calor! jaja
ResponderEliminarSaludos!
Gracias a todos por los comentarios. Cuando lo vuelva a ver le hablo de ustedes y si me animo le pido un autógrafo.
ResponderEliminarBesos
Yo también quiero un autógrafo.
ResponderEliminargenial
ResponderEliminaren serio
genial
Nata: dalo por hecho.
ResponderEliminarPau: gracias
en serio
gracias