jueves, 14 de enero de 2010

Comprate ésta

Si hay algo que describe cabalmente el estado de tontería crónico de nuestra especie, es la publicidad. Si existe la vida extraterrestre y en algún momento los extraterrestres nos visitan, entenderán el hambre, las guerras, la neurosis de las grandes ciudades; pero no entenderán el concepto de publicidad.
Que el fabricante de un cachivache te diga que su cachivache es el mejor -sin fundamentarlo de ningún modo- suena tonto, pero mucho más tonto suena que -a fuerza de repetición- le creamos.
La publicidad, que supuestamente nació para influenciar a la gente en el momento de cubrir sus necesidades (comprá mi producto en vez de otro), hoy las crea. Entonces, el tipo que vivía tranquilo se dió cuenta de que era infeliz porque no conocía Punta del Este, se dió cuenta de que no era moderno porque no tomaba agua saborizada, se dió cuenta de que no era lindo porque no tenía un físico de modelo.
Incluso las publicidades alientan hábitos probadamente dañinos, y mientras te invitan a tomar alcohol, fumar, jugar (en casinos, bingos, etc.) te muestran a hombres y mujeres hermosos y jóvenes y te imponen -de a poco y desde chico- un ideal; desempeñando un rol que nadie les otorgó.
La publicidad no apela a la razón, porque los publicistas saben que no somos racionales. Cuando alguien te quiere vender una cosa, normalmente la asocia a un estilo de vida, una visión, una estética y por qué no, una ética.
Por eso, no compres. Quiero decir, comprá los productos, pero no el resto. No dejes que unos cuantos proxenetas te digan quién sos ni quién deberías ser.
PD. Según un cálculo conservador, si se apilaran todos los aparatos para hacer gimnasia que actualmente descansan olvidados debajo de la cama o en el ropero (porque todos tenemos que tener abdominales de tabla de lavar), la pila llegaría al sol, y sobraría un poquito.

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