En uno de sus cuentos, Borges nos regala una imágen un tanto perturbadora. Se ambienta en la época en que el país se debatía en permanentes luchas entre caudillos, antes del nacimiento y muerte de las ideologías.
La trama es simple: dos paisanos se odian por razones inciertas, pero el destino les ha negado hasta el momento la ocasión de cruzar cuchillos. Una de tantas batallas olvidadas los ha encontrado en el mismo bando, el perdedor, y ahora están esperando con el resto de sus compañeros que los pasen a degüello.
Mientras esperan su destino con una aceptación entre sabia y bobina, la disputa entre ambos, bien conocida por todos le da una idea a sus captores: en su momento final tendrán la ocasión de demostrar quién es más toro.
Rápidamente se organiza la carrera de degollados. El resto de los vencidos pide que los degüellen después, para poder ellos también presenciar la carrera.
Todos los elementos de esta historia están presentes en la vida de cada uno de nosotros: el final inexorable (el futuro nos brinda infinitas posibilidades y una sóla certeza), la aceptación y hasta la carrera y el público. Todos somos los contrincantes, y también somos los espectadores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario