Imaginemos una religión cualquiera. Bueno, no cualquiera. Imaginemos una religión de la cual estemos totalísimamente seguros de que está equivocada. Para que sea mejor, puede ser una religión olvidada. Imaginemos una religión totalmente arraigada y aceptada en algún lugar remoto, que consistiera en adorar un árbol, o un animal, o un ídolo tallado en roca; algo totalmente caprichoso.
Imaginemos ahora un tipo de esa comunidad que, como el resto de sus compatriotas creyera cabalmente en esa religión y dedicara su vida a ella como sacerdote.
El tipo habría vivido dedicado a cumplir unos preceptos totalmente equivocados, habría renunciado a una cantidad de cosas para consagrarse a unos ritos huecos y sin ningún sentido.
Imaginemos la rigidez y el fanatismo del tipo en su vejez, asaltado por una duda que ni siquiera podría animarse a reconocer, frente a la posibilidad de haber desperdiciado su vida inútilmente. Ese tipo defendería lo indefendible ya que la alternativa lo pondría en una situación totalmente insoportable.
No imaginemos más, porque la cosa puede ponerse complicada...
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