¿Por qué esa necesidad tan fuerte de expresarse? ¿Necesidad de expresar qué? Siempre me ha llamado la atención en los otros, y siempre la he descubierto en mi a pesar de mis silencios. Fantasía: el tipo calla durante años en situaciones en las que otros luchan por hacerse escuchar, simplemente porque estaba esperando un silencio “digno” de sus palabras.
Me viene a la mente el artista del hambre y su casi póstuma confesión: el no probaba bocado porque nunca había encontrado algo que realmente le gustara.
En épocas como esta, pareciera que todos libramos una batalla tratando de convencer a los demás sobre la importancia de la propia palabra. Un gran grupo de gente levantando la voz y gesticulando exageradamente en una especie de ritual de autoafirmación.
Muchas veces me he maravillado de esas personas que dejan mensajes para los programas de radio: “Habla Carlos de Saavedra, respecto del tema de la comida favorita, para mi no hay nada mejor que la polenta con tuco”. Un mensaje a todos –a nadie- de parte de un fulano sin más señas, que sale de la masa informe durante unos segundos para afirmar su individualidad por medio de un detalle absolutamente intrascendente y a la vez absolutamente personal. Porque a fin de cuentas, somos muy poco más que una pequeña colección de pequeños detalles y pequeños afectos.
Alguien dijo alguna vez que uno no daría la vida por aquello por lo que vive, porque le daría vergüenza. Uno vive cada día por esas pequeñas cosas –casi siempre vergonzantes al menos por su simpleza- mientras cree que la vida merece ser vivida por algunas otras cosas; más importantes y tanto más difusas y lejanas.
Si hubiese una improbable guerra para defender “nuestro estilo de vida”, yo tal vez pelearía por el privilegio de caminar cada día unas pocas cuadras bajo el sol, comer tres empanadas de carne –fritas por favor-, ver a mi hija detener el tiempo durante un instante con su risa absoluta o cantar en el auto cuando estoy solo.
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