El otro día me desperté como de buen humor, y de a poquito me fue pareciendo que todo estaba bien; incluso lo que para los demás seguía tan mal como el día anterior. Yo estaba tranquilo porque todo estaba bien, muchos problemas eran solucionables y los que no lo eran no podían afectarme íntimamente -ni a mi ni a nadie, solo que los demás parecían no notarlo-. La angustia y el enojo en otros rostros no me afectaba y la falta de fe de los demás no me turbaba.
Despues, de a poco, el día empezó a parecerse a todos los demás, y todo acabó siendo como siempre, salvo este recuerdo.
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