Y qué pasa si te digo que, para mi, la vida es otra cosa?
Una buena película te atrapa y te hace vibrar y sentir, aún a sabiendas de que se trata tan solo de una ilusión. Uno se enamora, odia, sufre y es feliz sentado en la oscuridad de una sala; y para eso sólo hace falta una pantalla en la que bailan, durante un rato, las luces y las sombras.
Y durante ese rato nos olvidamos de nosotros mismos y del mundo, y nada hay más importante que lo que sucede en la pantalla. Y es que así de fáciles somos de engañar, porque en el fondo necesitamos que nos engañen, necesitamos creer para que el mundo a nuestro alrededor no se desmorone.
Yo, aún en las mejores películas, cada tanto tomo conciencia de donde estoy y veo los hilos que tiran de las marionetas. Eso no significa que las historias no me atrapen ni disminuye -demasiado- el placer de la experiencia.
Algo similar pasa con los juegos: uno acepta las reglas y acomoda las piezas para ganar o morir, y mientras duran el juego y la magia, no hay nada más importante que ganar. Si uno no olvidara, si uno no aceptara olvidar durante un rato que sólo se trata de un juego, nada sería igual y el juego en si perdería una gran parte de su encanto.
Así, exactamente así, vivimos nuestras vidas.