El sábado me llamó. No, no me extrañaba ni estaba arrepentida: no le andaba la computadora.
El lunes la llamé para que nos juntáramos a hablar, porque ese día la empleada se queda a dormir y podíamos tener más tiempo. Luego de unas pocas evasivas, me dijo que mejor habláramos el martes, porque los lunes, a las once de la noche, dan su novela...
La concepción tradicional divide a las artes en mayores y menores, así como divide a los artistas de los artesanos. Por eso los museos clásicos están llenos de pinturas al óleo y esculturas en mármol, y no de cómics, hebillas de cinturón talladas y ponchos tejidos a mano. Por eso los grandes teatros líricos no incluyen a Justin Bieber en sus repertorios.
En las últimas décadas esta concepción se ha ido modificando, y hoy no sólo se ha desdibujado la división entre artes mayores y menores, sino que hasta resulta difícil definir qué cosa es arte y qué cosa no lo es.
Ignoro qué novela dan en la televisión los lunes a las once, ignoro por lo tanto la calidad actoral de sus protagonistas, la profundidad de la trama y la dimensión psicológica de sus personajes. Tal vez sea la máxima expresión del arte de este siglo que apenas comienza, tal vez se la cite durante generaciones como el ejemplo más acabado del genio humano y se la mencione, obligadamente, entre las obras capitales de la humanidad. Y tal vez no.
Crear arte es tan importante como consumirlo, y no quisiera ser la doncella molesta que distrae a Miguel Angel con sus reproches mientras él trata de terminar los frescos de la capilla Sixtina.
Es por eso que la entiendo y espero, paciente y con mi autoestima intacta, a que un hueco en la programación nos permita definir temas domésticos menores, como por ejemplo, si vamos a seguir juntos o no.