Es muy común que alguien piense que TODO lo malo le pasa JUSTO a el.
Por ejemplo, el tipo piensa: "Si una mina me gusta, fija que gusta de otro"
Análisis (simplificado):
Supongamos que el tipo conoce a 100 minas. Alguna le va a gustar.
Supongamos que la mina conoce también a 100 tipos. Alguno le va a gustar. La probabilidad de que a esa mina le guste precisamente nuestro sujeto serán entonces de 1/100 (1%).
Para los que no estén familiarizados con la teoría probabilística, la conclusión en términos profanos sería: "cada cien minas que te gustan, una te podría llegar a dar bola (si no te portas como un energúmeno)"
Como vemos, el hecho de que una mina no sucumba a nuestros encantos no sería consecuencia de la fatalidad sino el simple cumplimiento de las leyes de la estadística (suena a consuelo, no?).
El concepto de fatalidad es determinista, el de casualidad no.
Según un estudio del MIT, un señor que viaja en el Roca sufre, en promedio, 15 pisotones diarios sin que esto le llame particularmente la atención (además, seguramente lo apuñalan una vez por mes). Ahora bien, si el señor tiene un pié lastimado y lo pisan pensará: "justo me pisan el pié lastimado", lo cual es una interpretación fatalista de un hecho perfectamente natural y probable.
El sentido común, siempre deseable, es algunas veces mal consejero. Una conocida curiosidad estadística se resume así: "¿Cuanta gente debería poner en una habitación para tener el 99% de probabilidades de que dos de ellas cumplan años el mismo día del mismo mes?"
La respuesta correcta es 60. ¿Parece poco, no?
En una vieja película de un famoso dúo cómico, uno jugaba a la lotería y el otro lo criticaba porque derrochaba su dinero: "las probabilidades de ganar son de una en un millón".
El otro contestaba: "No. Son de un 50%: o gano, o no gano"
(Tengo que dejar el fernet)