Hipótesis:
Todos los organismos luchan por
sobrevivir y pasar su acervo genético a las generaciones siguientes. Podemos
asegurar que, siguiendo una línea ascendente hacia el origen de los tiempos, encontraremos
en cualquier época que nuestro antepasado logró sobrevivir lo suficiente para
engendrar descendencia.
Esto es válido no sólo para aquellos
antepasados que pertenecieron a nuestra especie, sino también para cada
integrante de la larguísima sucesión de formas de vida que lo precedieron hasta
llegar a la primera célula que logró reproducirse.
La condición para asegurar la
continuidad de nuestra herencia genética es simplemente esa: vivir lo
suficiente para reproducirse.
Todos los antepasados de
cada uno de nosotros han sido capaces de lograrlo sin excepción.
Es lógico suponer que un rasgo
negativo que implique una menor probabilidad de sobrevivir el tiempo
suficiente para reproducirse, o una característica que limite la capacidad
reproductiva, difícilmente se trasladará a las generaciones siguientes, y con el tiempo tenderá a desaparecer.
Tesis:
Los hombres prefieren mujeres
jóvenes, mientras que la inclinación de las mujeres se basa en otros criterios y
no excluyen a los hombres maduros. Esta predisposición tiene una base biológica
y está inscripta en nuestro ADN en forma tan clara como cualquier otro rasgo
que nos hace humanos.
Demostración:
En las mujeres, el período fértil
se encuentra limitado, mientras que el hombre permanece fértil durante toda su
vida (aunque cada vez le cueste más demostrarlo). Cualquier individuo que tuviera inclinación por parejas sexuales que hubieran sobrepasado el período fértil tendría una menor probabilidad de transmitir ese rasgo a las
generaciones posteriores.
Por el contrario, la predisposición de un
hombre por parejas sexuales jóvenes sería recompensada con una mayor
descendencia. Al llevar esa predisposición al rango etario inferior
del período fértil de la mujer; incluso tendría más tiempo para producir descendencia.
Sin embargo, independientemente
de las preferencias sexuales de las mujeres basadas en la edad, todas tendrían parecida
probabilidad de reproducirse, al no depender la fertilidad masculina del hombre
de su edad. Incluso una pareja sexual mayor podría ser superior el momento de
asegurar el bienestar de esa descendencia.
En conclusión, la predisposición
de hombres maduros a buscar parejas mucho más jóvenes es el resultado de
milenios de evolución, como queríamos demostrar.