Es tipo es casi cincuentón. Estuvo casado, pero esa etapa de su vida le parece muy lejana. No tiene hijos. En su juventud se despertó en él una profunda pasión por la historia, que lo llevó a especializarse en el estudio de los Etruscos.
Buscando compartir esa pasión, la única verdadera de su vida, se hizo profesor de historia en la universidad. Luego de tantos aún sigue esperando a ese alumno apasionado que le recuerde a sí mismo, mientras ve pasar, año tras año, un número cada vez más reducido de jóvenes que parecen tomar su curso por obligación.
A los treinta años terminó su libro. Pronto comprendió que el libro nunca sería publicado: a nadie le interesan los Etruscos.
Entre sus colegas, cada tanto alguno publica un libro, da conferencias o incluso toma parte en algún documental. Hace unos años se descubrió una tumba Maya y durante unos meses uno de los profesores de su departamento cobró cierta notoriedad e incluso apareció en televisión. Varias veces un par de profesores especializados en el antiguo Egipto colaboraron en artículos de revistas y fueron invitados a convenciones en el extranjero. Pero a nadie le interesaban los Etruscos.
Pocas cosas hay tan amargas en la vida como sentirse poseedor de un tesoro que nadie valora.
El tipo lleva una vida gris y hace años se ha resignado a aceptarlo.
Mientras sus colegas cenan con sus familias o preparan su próxima conferencia o un nuevo libro, el tipo va sólo al cine. En la cola, delante suyo, una mujer le llama la atención. Es alta, morena, con ojos casi negros y una mirada inteligente. Ella habla por teléfono con una amiga.
- Ya no tenía nada que hacer con el. Ningún hombre de menos de cuarenta años vale la pena...
Mientras habla, la mujer gira un segundo y sus miradas se cruzan. Ella le esboza una sonrisa casi imperceptible. El queda helado: es realmente hermosa.
Ella sigue hablando y su voz es profunda y serena. Tiene un libro bajo el brazo: Jane Austen.
- Si no podes llegar me vuelvo a casa. En la galería se va a presentar una muestra y tengo que armar el catálogo, el tema es que no puedo encontrar nada que valga la pena...
Trabaja en una galería. Arte. El tipo la mira embelesado y cuando ella gira -hacia el otro lado- sus miradas no se cruzan, pero tiene una fugaz vista de su escote, al tiempo que su perfume lo golpea. Está perdido. El paraíso no puede ofrecer nada mejor que eso.
- Es sobre los Etruscos...
Al tipo se le paraliza el corazón y se le embotan los sentidos. El tiempo se detiene y siente claramente como las sienes le palpitan. Un frío profundo lo invade, se petrifica. De repente, el tiempo se descongela, pero ahora corre vertiginoso. Su mente, a la velocidad del rayo, traza el plan: "no pude evitar escuchar su referencia a los Etruscos, y por eso -espero que no lo tome a mal- me permito comentarle que soy un estudioso del tema y me agradaría mucho ayudarla en lo que necesite". Irían a tomar un café (a pocos metros había un café encantador), charlarían, quedarían en volver a encontrarse (tenían la excusa perfecta). Se mostraría humilde pero ella pronto entendería la dimensión de sus conocimientos y su sensibilidad.
No había tiempo que perder. En cuanto ella se despidiera de su amiga, el la abordaría...
Pero ella, sin interrumpir la comunicación, sale de la fila y con un gesto exquisito llama a un taxi. Los pies de él están adheridos al piso de tal forma que, si lograra levantar al menos uno, arrancaría un pedazo de suelo.
Con una gracia que no debería ser de este mundo, la mujer entra al auto y desaparece.
El tipo siente cómo la mano del destino se afirma sobre su pecho, lo eleva, y lo aplasta contra la tierra con toda la violencia de la creación. No hay pecado que se castigue con más fiereza que el de espiar el paraíso.
Sobrepasado, por primera vez en su vida se olvida de disimular y queda parado, en la mitad de la vereda, erigido en la imagen misma de la desolación.
Fin.