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El no lo notaba, pero una sonrisa completamente tonta se dibujada en su rostro mientras avanzaba por la avenida. Acababan de comunicarle su incorporación en la empresa más próspera de su rubro, el equivalente de ser admitido en el dream team de su profesión. La posibilidad de conseguir el puesto era tan remota que no le había contado a nadie sobre su entrevista.

El sueldo inicial triplicaba lo que ganaba en su trabajo actual. Su nueva oficina era más grande que el apartamento que alquilaba y compartía con su mujer y sus tres hijos.

Sin pensarlo, había decidido volver a casa caminando. Estaba tan eufórico que no hubiese podido quedarse quieto en el asiento de un taxi. La tarde era fresca y luminosa, llena de los aromas que presagian la primavera.

Su cabeza volaba. Pensó en sus actuales compañeros de trabajo y sus caras cuando les contase, pensaba en su jefe y la cara de rabia que no podría disimular. Pensó en su madre y la alegría que le daría, en la ternura de sus ojos al felicitarlo. 

Pensaba en sus dos amigos de toda la vida, en invitarlos a comer al mejor restaurante, pedir el mejor vino... sabía que ellos se alegrarían y se llenarían de orgullo.

Pensó en su mujer, siempre con un chico en brazos, desarreglada y quejosa. Pensó en sus hijos, siempre llorando, peleando o pidiendo algo. Y por primera vez en esa tarde, una nube amenazó con oscurecerlo todo.

En ese exacto momento vio el cartel: 

Tres ambientes. Amueblado. Gran categoría. A Estrenar.

Su mujer y sus hijos aún lloran por la repentina desaparición de un marido y padre ejemplar.

El aún no puede parar de sonreir.