El tipo entra a su casa con música de thriller retumbándole en el cerebro.
La tensión lo llena todo, física y mentalmente. Un ensamble de viento, ejecutando los acordes más disonantes, va construyendo el telón de fondo de una situación que es toda urgencia.
Camina de la cocina al cuarto y del cuarto a la cocina como atravesando una tempestad, auscultando cada vez, lleno de anhelo, el menor indicio tras la puerta del baño. Se repite que puede aguantar, que todo está en su mente.
Y aguanta.
Cuando por fin entra al baño, un cuarteto de cuerdas se adueña de la escena, y la música disonante da lugar a la más relajante armonía. La tensión comienza a diluirse en las aguas de un lago de montaña.
Suspira aliviado y mira hacia abajo.
Horror.
Horror instantáneo.
El lago, que debía ser dorado como la miel, es ahora de un profundo tono carmesí.
En determinadas situaciones, el rojo representa la peor de las alternativas. Y esta es, sin duda, esa de esas situaciones.
Los timbales atacan con furia, la armonía se hace trizas y un sudor frío lo cubre en un instante. El tipo está paralizado de terror.
Un sabor amargo le asalta la boca y siente como todo a su alrededor se vuelve oscuro y siniestro. Un raudal de palabras desarticuladas invade su mente y lo coloca al borde del desmayo.
De repente, el silencio. El universo se detiene y un pensamiento comienza a aflorar. La esperanza asoma y el tipo se aferra a ella mientras lo inunda una oleada de agradecimiento a la vida y al universo todo.
Los clarinetes atacan una melodía celestial y la esperanza se abre paso como el sol entre las nubes.
Remolacha. El tipo recuerda que almorzó una ensalada de remolacha, y en el mundo todo vuelve a estar en su sitio. Suspira aliviado.
Fin.