La mayoría de las palabras que dije en mi vida, bien pudieron no haber sido dichas. Uno habla como si la palabra generara sentido, a veces uno habla con avidez, como si las palabras le quemaran la garganta, como si fueran imprescindibles.
Si alguien realmente dice algo, aunque sea una sola vez, puede su vida darse por bien pagada.
No es elegante andar proclamando sentido todo el tiempo. Decir algo que realmente importe es como tener un hijo, como inventar la cura a la enfermedad más terrible, como descubrir una galaxia.
En una ocasión tan memorable, ni siquiera es necesario proveerse de un oyente. Si el sentido de las cosas dependiera del gusto del público, la vida sería igual que ahora, pero sin remedio.
Es mucho más fácil protagonizar un silencio digno que proferir una palabra que realmente no sobre.
Shhhhh!