Como un tren, que aún avanzando despacio tiene una inercia descomunal.
Como una ola, que apenas acaricia la arena luego de cruzar todo un océano.
Como esa última ráfaga en la que se deshace el huracán más despiadado.
Como el murmullo de un millón de hojas de otoño caídas al capricho del viento de abril.
Con el olor de viejas encuadernaciones.
Con el color desahuciado de un ocaso lento.
Con el sabor amargo del recuerdo más dulce.
Hasta que me convenza.
Hasta que me entregue.
Al fin.